sábado, 20 de junio de 2015

Microrrelato

—Joder...
De entre todas las respuestas posibles, «joder» fue su elección. Inmediatamente supo que había resultado una respuesta de mierda. Entonces ocurrió lo inevitable. Su atención se desvió por completo. La preocupación y el apoyo que se esperaban de él no llegaron. Estaba demasiado ocupado arrepintiéndose de lo que acababa de decir. Un «joder» quedo, sorpresivo y a un tiempo inexpresivo. De los que se dicen cuando se descubre que el malo era el amigo del bueno en las TV-movies de Antena 3, o cuando la lluvia se torna granizo y tú lo miras con tu bata y tu colacao caliente desde la ventana. Quizá algo como «no puede ser», o «lo siento muchísimo». Incluso «vaya». Definitivamente «vaya» era mejor que aquel «joder».
Mientras ella lloraba, él seguía dándole vueltas a todo esto. Y es que cuando tu novia te dice que el consejo del pueblo la ha elegido como ofrenda para el dragón, responder no es fácil.
Al igual que no es fácil lidiar con dragones.

martes, 3 de junio de 2014

reflexión de las 4:42 de la mañana

La vida no es más que un pelo. La vida, definitivamente, es un pelo. Uno que no pertenece a una cabeza, a un pecho o a un pubis. Un pelo que pertenece al viento. Un pelo que puede ir bien o que puede ir mal, que puede permanecer mucho tiempo atascado, varado en una superficie rugosa y adherente similar a una camisa, pero que tarde o temprano seguirá hacia delante. Porque un pelo no es más que una historia, y las historias avanzan. Muchas hacen elipsis. Muchas, de un párrafo a otro, se saltan diez años en la narración. Diez años de camisa. Pero siempre continúan. Siempre. Y siempre, a merced del viento.
Al final todos somos historias, haz de la tuya una buena.
Y cuídate el pelo, cabronazo, que tienes antecedentes de calvicie en tu familia paterna.

lunes, 26 de mayo de 2014

25 de mayo

Bien, este es el futuro de nuestro Estado: formaré un partido, La República Galáctica. Seré votado. Ganaré. Mis promesas electorales lo petarán, hablaré de una República Federal Unicameral, de una Constitución Galáctica, de una fuerte política exterior (interestelar) y de sables láser. Hostia sables láser, normal que vaya a ganar. NORMAL. Obviamente, todo será mentira. Una vez sea elegido canciller supremo daré la vuelta a la tortilla. A lo más Hitler. Durante la investidura me pondré una máscara de gas, alzaré un pulgar y rociaré a mis opositores con ántrax. Entonces la República pasará a ser el Imperio. Imperio Galáctico. Tomaremos Andorra. De Andorra a Washington. Obama seguro que se ríe en mi puta cara así de primeras, pero lo que no sabe es la cantidad de simpatizantes que tendré en todo el mundo. Hay muchísimos más frikis que soldados estadounidenses. Empezarán a sublevarse en mi nombre. Gordos con acné y katanas desde Oklahoma a Japón. Y cuando el detrimento de las fuerzas armadas de las diferentes potencias mundiales sea lo suficientemente vasto, optarán por cederme el mandato. El mandato del puto planeta. Me cagaré en la mesa de reuniones de los Masones, los Illuminati y los franceses. Pero en días diferentes, que mi caca no da para tanto. Es entonces cuando mis soldados imperiales empezarán a surcar el universo en busca de civilizaciones que someter. Mis granulados gordos fustigarán a los mejores científicos del Imperio para motivarles en el desarrollo de naves generadoras de portales intergalácticos. Nada de viajar años y años, vaya puto coñazo eso; algo más inmediato, por favor. Y que monten también un programa de mutación de soldados. Quiero un ejército de superhombres, en plan Nietzsche, que lancen kamehame-has, vuelen y se muevan bailando tecktonik. En plan "somos la hostia pero a la vez patéticos". Hostia, es que el tecktonik es muy patético, imagina que estás en tu planeta de tranquis y de pronto te mata un tío bailando esa mierda. Estamos humillando a nuestros enemigos. Como cuando juegas online, matas a cualquier gilipollas, y empiezas a agacharte y levantarte sobre el cadáver simulando necrofilia. Y la humillación desmotiva. Y la desmotivación alienígena es la victoria humana. Y después utilizáremos la tecnología de aquellos planetas que vayamos anexionando para encontrar la cura a la muerte. Dios se picará mazo e igual nos lanza arcángeles. Pero cojones, nosotros tendremos zombis (la cura contra la muerte no funcionó del todo bien a la primera). No infectados de mierda. Zombis. De los que van la hostia de lento. Nadie tiene nada que hacer contra eso. Ni aunque puedas volar, seas andrógino y asexuado. Tras la conocida como Guerra Imperial Divina Z, el Imperio irrumpirá en las puertas del paraíso con un nuevo ejército de arcángeles zombi bailando tecktonik. Derrocaré a Dios e iniciaré mi carrera como deidad. A partir de entonces tendré que lidiar con los dioses de los mitos de C'thulhu, pero eso ya es otra historia.



Ayer fueron las europeas y el día del orgullo friki. Todo encaja.

miércoles, 21 de mayo de 2014

La industria

Mañana es el último día que tengo como docente a Paco Cabezas, majete director y guionista de Hollywood, así que hoy me ha tocado quedarme después de clase con él, explicándole mis futuros proyectos. Y mientras le contaba acerca de dos largometrajes y una webserie (llorad, escondeos, vuelvo a hacer webseries), el hombre me ha mirado con ternura. Lo primero que me ha dicho es «¿cuántos años tienes?»...
  —Veinte —contestó Gorje, extrañado.
  —Quiero que sepas —empezó Paco que me recuerdas muchísimo a mí cuando tenía tu edad.
  El apuesto melenudo estaba perplejo. Por un lado, su megalomanía se sentía ofendida. «Ya te gustaría», pensó. Por otro lado, sabía que en realidad debería sentirse halagado. Al fin y al cabo, Paco estaba utilizando un recurso muy paternal con alguien como él, a quien apenas conocía. No sabía dónde iba a terminar todo aquello, pero si de algo estaba seguro, seguro-seguro, era que tenía unas ganas terribles de hacer pis.
Había pensado en mantener la estructura literaria durante el resto de la entrada, pero no. Paso. Estoy con un constipado muy jodido, quiero acabar esta mierda cuanto antes. Joder. OS ODIO. No, no os odio. No era yo el que hablaba. Los mocos y las lágrimas se están apoderando de mí. En realidad os quiero.
Recapitulemos, lo que Paco me quería decir, básicamente, es que soy un puto friki. Uno lustroso. Mis historias son originales, interesantes, pero excesivamente... mmmm... rompedoras. ¿Esto qué significa? ¿Me acabo de poner, así tontamente, por las nubes? Sí y no, ya que la industria me va a escupir en un ojo. O en los dos, si se ponen tiernos. Según Paco, jamás un productor en España compraría ninguno de los dos guiones de largo que le he contado, y en EE.UU., U.S.A. para los amigos, igual tampoco. Sólo Joss Whedon, por ser Joss Whedon, Zack Snyder, por ser Zack Snyder, o Edgar Wright, por ser Edgar Wright, pueden hacer ese tipo de cine. Que si quiero vender guiones tan ''así'', primero tengo que hacerme un nombre en la industria con guiones no tan ''así''. Hacerme un nombre, como si eso fuese cosa de jasjas.
Vaya mierda todo.
Odio la industria.

jueves, 15 de mayo de 2014

Charo Iguarán

La asistenta de mis abuelos, ya prácticamente un miembro más de la familia (toma cliché), está en mi casa ayudando a mi madre en ciertos asuntos de bricolaje. 
Yo, sintiéndolo mucho, estoy de vacaciones, así que no pienso moverme de mi cuarto. Estoy en gallumbos y en gallumbos pretendo seguir durante todo el día. ¿Coger una brocha y pintar puertas? Cuánto humor, mamá.
Pero en esta entrada no voy a hablaros de mí. Me duele. Os duele. Pero así es. 
Esta entrada pertenece a Charo. A la vida de Charo.
No os puedo contar algo que no tengo permiso de contar, más que nada porque no voy a abrir esa puerta, en gallumbos como estoy, y decir ''CHARO, que voy a escribir sobre tu vida, ¿vale?'', pero sí os puedo contar sobre Charo hablando de la vida de Charo. No necesito pedir permiso alguno para eso. 
Mientras trabajan, mi madre está escuchando encantada la biografía de esta increíble ecuatoriana que rondará los cuarenta años, y yo, desde aquí, lo oigo todo perfectamente. No sé cuánto de lo contado por el recientemente difunto Gabriel García Márquez en 100 Años de Soledad está basado en hechos reales, supongo que todo lo que no implique fantasmas, ascensiones milagrosas o lluvia perpetua, puede tener cierta base en la vida real. Jamás me había planteado eso, siempre supuse que todo lo sucedido en el pueblo de Macondo no era más que ficción. Bueno, os estoy mintiendo. Yo me limitaba a leer, sin entretenerme en ese tipo de planteamientos. Así de banal e insulso soy. Pero ahora sé de sobra que Macondo es perfectamente viable. Y esa revelación reside en que Charo es Úrsula Iguarán.
Esta mujer que nació y creció en un pueblo en las montañas de Ecuador, ha vivido cosas increíbles. Ha pasado por cosas que ninguno de nosotros, tristes y acomodados miembros de la sociedad burguesa, podríamos siquiera imaginar soportar. Ha llorado mucho, ha sido la más valiente y ha sabido destruir todos los impedimentos que hacían de su vida un asco MEDIANTE EL TRABAJO DURO, LA BUENA VOLUNTAD Y LA VIOLENCIA (el momento ''venganza violenta'' es mi parte favorita de la biografía) (pero es un momento cortito, que esto no es Los Mercenarios) (lo siento), y ahora le va estupendamente.
Su historia, la historia del cabrón de su ex marido, de su familia... Es todo tan tan tan surrealista. Tan genial. Y ella lo cuenta como si nada. Jamás recalca nada en su favor, todo lo dice tímida, sin echarse flores, pero está ahí: Charo es increíble. 
Hay ciertos elementos de la trama que me tienen loquísimo. Al más puro estilo Remedios La Bella. La segunda mujer de su padre, la muchacha más bella del pueblo, tenía epilepsia. Ningún hombre la quería por ello, ya que decían que era cosa del demonio. El padre de Charo achacó esos ataques a la falta de marido, y la tomó por esposa. Clara se llamaba; Clarita para él. Obviamente, la epilepsia no cesó. Contrataron a una mujer que fuera a la casa a hacer las tareas domésticas, puesto que la enfermedad de Clarita se agravaba con el tiempo. Ella se sentía inútil y profundamente deprimida. Un día, cuando el marido llegó a casa tras trabajar en el campo, preguntó a la asistenta por Clarita. Al parecer la epiléptica se había empeñado en ir personalmente al río a lavar la ropa, y se había llevado al niño consigo. Clarita fue encontrada muerta, flotando bocabajo, con el niño llorando en la orilla. El padre de Charo empezó a ser repudiado en el pueblo. Se decía que mataba a sus mujeres, ya que la primera, la que hubo antes de Clara, también murió. Finalmente, a sus cuarenta años, se encaprichó de la madre de Charo, que tenía trece. Ahí, en casa de los padres de ella, se casaron. Aquel hombre estuvo trabajando hasta casi los cien años. El último día de su vida, también trabajó. Charo soñaba todas las noches con su padre cayendo rodando colina abajo mientras trabajaba en el campo. Finalmente, así murió.
Eso me he permitido contároslo porque es algo más anecdótico que personal, pero creedme, las mejores partes tienen a Charo como protagonista. 
Puede que un día, cuando me canse de los géneros sobre los que únicamente escribo, comedia y terror, escriba esta biografía (por supuesto, con ella delante). No sé qué tal acogida tendrá de manera literaria, pero os aseguro que cuando lo he escuchado de su boca, ha sido y está siendo increíble.

jueves, 8 de mayo de 2014

Indeterminación

Acabo de terminar True Detective.
Creo que me ha encantado.
Creo que me ha parecido la hostia, joder.
Creo que me apetece continuar con mis relatos cortos de terror lovecraftiano.
Me hace mucha gracia mi inconstancia. Soy la persona más voluble que conozco. Mis motivaciones giran en torno a lo que me haya sucedido en el día. Puede que mañana vea un vídeo de Lou, y de pronto me ponga a trabajar en un vlog. Puede que vea un capítulo de HIMYM, y continúe con el guión de la sitcom que pretendo grabar este verano. La novela, el largo, los cortos... Muchas cosas, muchos ''proyectos'', como os gusta llamarlo a los hipsters que os las dais de interesantes, y muy poca determinación. Muy poca constancia.
El relato corto que estoy escribiendo esta noche es uno del que os hablé hace algún tiempo. El de la funcionaria que empezaba a ver el mal en el rostro de las personas. Empieza así:

''Monotonía. Esa era la palabra que definía su vida. Claro está que un solo sustantivo no da tanto de sí. Abarcar un complejo proceso de cincuenta y dos años de duración —y en aumento― en cinco sílabas, es intentar abarcar mucho. Añadamos amargura, soledad y fracaso; cuatro palabras podrían ser suficientes.  Pero de todos es sabido que, a la hora de enumerar, cinco es un número mucho más adecuado. Más redondo. Monotonía, amargura, soledad, fracaso y desprecio. Ahora sí.
Despreciaba todo cuanto la rodeaba. Despreciaba su trabajo tras la ventanilla 08. Despreciaba a esos que poco a poco iban tomando su barrio, los negros. Despreciaba el trato con sus compasivas hermanas. Por supuesto, a los hombres, a todos los hombres, por no haberla querido en ningún momento de esos cincuenta y dos años. Se despreciaba a sí misma por haber creído que sí lo hacían…, por haber creído tantas otras cosas que jamás fueron ciertas. Pobre e idiota ilusa. Pero por encima de todo, Marta despreciaba su hogar. Un piso de cincuenta metros cuadrados. Un piso silencioso. Un piso con una enorme televisión siempre encendida, encargada de mitigar la inmitigable sensación de soledad…, de monotonía, amargura y despreciable fracaso.

Desde que llegaba, todos los días a las tres menos cuarto, hasta que salía a la mañana siguiente, su capacidad de depresión se convertía en un don. Esa casa, cuya hipoteca acabó de solucionar cinco años atrás, era su posesión más valiosa, su máximo logro. Y eso era algo horrible. De niña soñaba con ser escritora, publicar docenas de bestsellers, tener tres hijos, un apuesto y cariñoso marido con mucho sentido del humor y una enorme casa estilo Italianate a las afueras de… Londres o París, daba igual. Pero nunca se acaba como de niño se sueña, y ella tenía que conformarse con un tercero sin ascensor en un barrio céntrico de Madrid, tres gatas preciosas y unos colindantes vecinos con una vida sexual bastante activa. 
Esa noche sus gatas estaban inquietas. Y sus vecinos también.
... ''
(Ahora es cuando se pone interesante, pero eso os lo omito :D)
A ver cuánto me dura la vena de los relatos.

martes, 22 de abril de 2014

A las once y media de la mañana

Y ahí estaba: tumbado en su cama, comiendo patatas a las once y media de la mañana; intentando escribir.
De nuevo había dejado todo para el último momento, y ahora tenía que darse prisa. Un único día para hacer algo que debería haber hecho en muchos otros días, con calma, hacía muchos días.
Ser él tenía bastantes inconvenientes. También tenía sus ventajas, porque no hace falta dramatizarlo todo tanto, pero normalmente lo negativo resalta más, y él adolecía de mucha negatividad. Padecer idiotez no le gustaba nada en absoluto. No era una idiotez consecuente a una discapacidad. Era algo más disimulado y mucho menos malo, pero era idiota al fin y al cabo. Cualquier otra persona es conocedora de manera innata de ciertos comportamientos mundanales, sociales y sentimentales que a él le eran ajenos. Cualquier otra persona sabe, por lo general, qué debe de hacer día a día. No quiero decir que la gente sepa a ciencia cierta qué hacer con su vida, ni mucho menos, pero sí se suele tener claro cómo reaccionar en el momento. Y ese era el mayor problema de nuestro escritor comedor de patatas, que nunca sabía cómo reaccionar en el momento. Acostumbraba saber cómo reaccionar en el momento, cuando el momento había pasado. Y dejarlo todo para el último momento, por ejemplo, era de esas cosas que pasaban sin que él se enterase.
Oportunidades que nadie dudaría aprovechar porque no eran cuestionables siquiera, él las cuestionaba, las dudaba y, finalmente, no las aprovechaba. Si había alguien con inseguridades esa mañana, a las once y media, creedme que ese alguien comía patatas mientras intentaba escribir tumbado en su cama. Desesperado sabiendo que no sólo tenía muy poco tiempo para acabar lo que fuera que tuviese que escribir, sino que también estaba desperdiciando ese tiempo al escribir otras cosas no cruciales a modo de procrastinación. Porque era idiota.
Quizá se odiaba por ello, o quizá no. En veinte años te ha dado tiempo de sobra a aceptarte por completo. Más o menos. Y, qué cojones, sería idiota, pero tenía un pelo estupendo.